lunes, 2 de junio de 2008

Crónica TDK + MISERIA Y KOMPAÑÍA (1ª Parte)

La verdad es que no sé muy bien el porqué de no haber plasmado en este blog hasta la fecha ninguna crónica de alguno de los conciertos a los que suelo asistir. Supongo que, a fin de cuentas, acudo a tantos que quizás me resultaría difícil mantener una constancia, o elegir algunos por encima de otros. Después de todo, tampoco es que me esté prodigando en exceso a la hora de colgar textos de diverso pelaje, pese a que, por otro lado, no pocos son los que aguardan en el tintero de mi subconsciente... y en el sótano destartalado y húmedo de mi voluntad.


Pero algún día se tenía que torcer esta constante y ese día ha llegado. O más bien llegó. Y es que el pasado fin de semana constituyó una experiencia que, ya de por sí, antes de emprenderla, merecía la atención que otros no se han llevado. Sin duda alguna, el viaje a la capital para pasar allí la noche del viernes y desde ahí acometer el asalto al feudo maño la del sábado, hacía hervir en mí todo un cúmulo de sensaciones ante las cuales me entregaba con ojos cerrados. Porque no todos los días uno se sube a primera hora de la mañana en la furgoneta que conduce Kanijo, el cuarto miembro de los Miseria (o el primero, segundo o tercero, según se mire), para hacerles (de) “kompañía”, en el doblete que han de compartir con los incombustibles TDK.


Así pues, la voll-damm de rigor (ya habría tiempo para otro tipo de líquidos, que para algo me dejé a conciencia la petaca en casa), la primera, cayó en uno de los bares que te encuentras nada más salir de la estación de ferrocarriles de La Floresta. A eso de las 09:00, a la espera de la llegada de la gente de los Miseria, aún un poco más malquedas que yo. Cosas de los GPSs, por un lado, y, por el otro, de cargar como un burramen, entre sudores de la muerte y estudiantes universitarios, todo el material de la distri, y más, respectivamente.


Por lo pronto, empezábamos bien. Aplacado ya el acaloramiento que me invadía momentos antes, toda vez que me aposenté en el asiento trasero de la furgo, ya pude comprobar que, no sólo había radio, sino que además venía equipada con el accesorio necesario e indispensable para poder añadirle reproductores externos. Una sinuosa y calculadora sonrisa se dibujó en mi cara. No sé si me la notarían. Siempre digo que me he resignado a morir sin conducir, porque, si no, es que he muerto conduciendo. Pero también siempre digo que, de conducir, yo no me compraría un coche con radio: yo me compraría una radio con coche. Quizá ahora entiendan el motivo de llevar tantos años abrazado a un puto micro. Y los que me quedan. O que en mi anterior DNI apareciese la estampa de mi rostro acicalada con ese complemento que algunos tienen a bien llamar auriculares pero que para mí son, simplemente, una extensión de mi cuerpo. Vamos, que si tiras de ellos, me duele.


El viaje he de reconocer que se me pasó volando, al igual que volaron otras cosas. En sentido figurado, porque en el literal todo lo contrario. Vamos, no se desperdiciaba nada. Latas y más latas hacían las delicias de los comensales, que, entre tanto, aún guardaban energías para cargarlas. Y vaya si se cargaron. No sé si fue el vehículo el que nos llevó a nosotros, o nosotros a él, porque llevábamos un buen impulso. Así, como para empezar con mejor pie este periplo. No en vano, fue con el derecho con el que, a eso de las 17:00, un Miki pisó por fin los dominios territoriales de la ciudad del Oso y el Madroño. Más concretamente, de la plaza del Huerto del Cura, en Fuenlabrada, donde se hallaba la Sala El Grito, que horas más tarde tendría que albergar el concierto. Pero antes de ello, aún hubo unas pocas horas para hacer de improvisados exploradores, y no te creas, no, que tampoco son tan distintos los supermercados por ahí, eh. Eso sí, olvídate de las voll-damm. Es un consejo, dado que yo no lo hice. Al menos, de primeras, que luego uno aprende cómo va el percal.


Curioso lo de pedir un bocadillo de fuet a pocos kilómetros de entrar en Madrid, cuando paramos para ejercitar el gaznate. ¡Dios! Nunca olvidaré la cara de circunstancias que me obsequió la agradable camarera cuando oyó la palabra "fuet". Y cómo, al momento, me di cuenta que mi propósito de hacer pasar desapercibido mi lado urbanita catalino se había ido al traste. De nada sirvió reaccionar presto, ante la mirada del resto de mis acompañantes, precipitando palabras como “salchichón” o “chorizo”. Yo, que tenía la jugada bien estudiada... Y a las primeras de cambio, gol en propia puerta. Y luego otro tanto, de los llamados psicológicos, que me hizo enmudecer, tras el “¿eh?” con el que la camarera prosiguió mi “una voll-damm, por favor”. Suerte que ahí estaba el Palma, que echándome un capote torero, tal vez conmovido por mi ascendencia paisana, irrumpió en medio del desaguisado pidiéndome un chupito de Cardú. En fin, para otro viaje espero tenerlo más en cuenta, y aplicar las lecciones que he podido extraer de semejantes dislates. Espero poder culminar dicha jugada campeona y pedir un bocadillo de chorizo ibérico, rematándola por toda la escuadra con un soberbio cañoñazo que despeje toda duda acerca de mi procedencia, algo así como un: “...pero, esto..., el bocadillo..., me lo pone sin tomate, por favor”.


De cualquier modo, ahí estaba un Miki, en la capital, preparado para acometer el debido asalto al supermercado que, esta vez sí, podría satisfacer las exigencias de mi exquisito paladar. Vamos, que me pillé una soberana botella de Ballantine's para acompañarme durante el resto del fin de semana. Sí, yo es que soy así. Sé cómo hacer que cundan.


En fin, que la verdad es que poco hay que comentar del concierto que nos deparó la Sala El Grito de Fuenlabrada. No por nada. O sí. Bueno, simplemente porque no llegaron a entrar ni siquiera 100 personas. Además, los Miseria sufrieron el agobiante contratiempo que supone el no oírse una puta mierda por dentro del escenario, a pesar de que quienes estábamos abajo sí que podíamos discernir meridianamente el sonido. De todos modos, una cosa no tiene que ver mucho con la otra. Por otro lado, aquí un servidor tampoco es que partiese la pana con el bazar desplegado a modo de chiringuito. Todo eso se pudo ir olvidando un poco gracias al hecho de que pudimos acabar pisando algunos de los más "selectos" garitos de la zona de Vallecas. Sin duda, a mí ya me sonaban tanto el Jimmy Jazz. como el famoso Hebe. El primero no llegamos ni a mencionarlo. El segundo lo visitamos tras meternos en el bareto de uno de los mendas, si no recuerdo mal, de los Matando Gratix. Después vendría, como digo, el Hebe. La verdad es que para nada me lo esperaba así. Joder, yo pensaba que iba a meterme en un bar al uso, de estos chiquitines, pero no, nada más entrar, ya vi todo el percal: una multitud abarrotaba lo que podríamos llamar en toda regla una discoteca. Al menos por el tamaño, me refiero. Si bien es cierto que tampoco era de las grandes. Mejor. Pero vamos, que eso, unido al hecho de los grupos que pude oír en el poco rato que estuvimos ahí (EUKZ, Segismundo Toxicómano, La Polla, SA,...), ya hizo, por lo menos, mis delicias.



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